El zumbido de la multitud era un fondo amortiguado, un murmullo de emoción y codicia que se mezclaba con el olor acre de metal precioso y cuero. Vicenzaoro. El paraíso de los ladrones, pensó Anya, apretando su pequeño taser en la mano enguantada. Era el primer día, y el olor de oportunidad era casi palpable.
La operación era simple, quirúrgica. Dos cómplices, Marco y Leo, expertos en neutralizar a los guardias y crear distracciones, habían identificado el objetivo: una elegante Mercedes Clase S, con la insignia de una conocida joyería de Florencia. Dentro, dos hombres de cabello canoso y aspecto cansado, probablemente fatigados por el viaje y cargados de mercancías preciosas.
Marco había bloqueado el coche con un movimiento preciso y silencioso. Leo, con su habilidad para mezclarse entre la multitud, los mantenía bajo observación. Anya, por su parte, tenía la tarea de recuperar el bolso.
Con un movimiento rápido, arrancó la puerta trasera. La cara de uno de los joyeros, un hombre de piel oliva y ojos oscuros, penetrantes e intensos, se encontró a pocos centímetros de la suya. Su mano, por un instante, rozó su piel mientras le arrancaba el bolso. Fue una sensación inesperada, un contacto eléctrico, más fuerte que la descarga del taser que sostenía con fuerza. No se trataba de miedo, sino de algo... diferente. Una ola de calor la recorrió, una sacudida emocional repentina e intensa que la dejó desorientada. El olor a sándalo y colonia masculina invadió sus fosas nasales, borrando, por un segundo, el olor a sudor y metal que la rodeaba normalmente durante los robos.
En ese milisegundo, mientras los ojos oscuros del joyero la miraban, Anya no vio solo una víctima. Vio a un hombre. Un hombre que, por un instante, había interrumpido su frío y calculado mundo, creando una brecha en la muralla de cinismo que había construido alrededor de su corazón. El bolso, lleno de diamantes brillantes, de repente pareció menos importante que el contacto fugaz, el latido acelerado, el vacío repentino y extraño que sentía por dentro. El robo, el plan, los cómplices... todo se había desdibujado, dejando espacio solo para ese momento de contacto, intenso y desconcertante.
Fue solo cuando Marco la llamó para escapar que Anya, con un sobresalto, recuperó la conciencia y se lanzó de nuevo a la realidad del mundo criminal en el que vivía. Pero ese contacto, ese escalofrío, ese vacío... lo llevaría consigo, una sombra inesperada en su corazón de ladrona.